Las Lomitas: está en la secundaria y no sabe leer, ni restar: “Copio lo que veo en el pizarrón”

Ramón tiene 13 años y está en la secundaria, pero no tiene los conocimientos mínimos de alfabetización, sin embargo los maestros lo hacen pasar de grado igual.

Interior 21/05/2022 leonardo fernández acosta leonardo fernández acosta
Ramón I
El joven adolescente explicó que “copia del pizarrón” lo que los maestros escriben, pero por el momento no sabe leer, pero sí sabe escribir y sumar.

Ramón Moreno tiene 13 años, vive en el Barrio Industrial de Las Lomitas en Formosa, esta semana la periodista Micaela Urdiñez dio a conocer su historia y expuso la estafa educativa de la que miles de niños y jóvenes son víctimas hoy en la Argentina.

El joven adolescente explicó que “copia del pizarrón” lo que los maestros escriben, pero por el momento no sabe leer, pero sí sabe escribir y sumar.

La madre de Ramón, Yesica Rojas criticó la inédita situación, poniendo de ejemplo a sus hijos: “El que va a 4º grado no aprendió a leer todavía, y pasó igual de grado. La nena que va a 5º tampoco aprendió a leer y la hicieron pasar de grado” y agregó que, cuando su hijos no entienden algo en clases “la directora me manda a llamar y nos echan la culpa a nosotros porque dicen que les tenemos que enseñar a ellos acá en casa”, tarea que es imposible para Jesica ya que, abandonó la escuela a temprana edad.

Estos casos se siguen sumando y agravando a raíz de la reformas educativas que han implementado algunas provincias, entre ellas Formosa, que obligan a las instituciones hacer pasar de grado a los chicos a pesar de llevarse todas las materias.

Ramón es uno de los tantos chicos que asiste a la escuela todos los días, pero no logra aprender nada debido a un sistema educativo que no les brinda las herramientas básicas y de esta forma, los condenan a una vida sin propósitos y destruyen sus sueños: “Mi sueño es aprender a leer y estudiar”, comentó el joven cuando fue consultado.

Ramón además tiene cuatro hermanos menores, Yael (10), Alexander (9), Brenda (4) y Thiago (1), junto con Jesica salen a vender tortafritas y pan para tratar de ayudar a la precaria economía de su hogar, lamentablemente su madre comentó que no alcanza, sus hijos menores están bajos de peso para su edad y hay noches en las que solamente pueden consumir un mate cocido.

Aunque el pequeño gigante de 13 años se muestra orgulloso, -“yo estoy en todo”- al poder ayudar a sus padres y hermanitos, lo cierto es que a estos niños, les están robando el futuro y las posibilidades.

“Al pan dulce se le echa el agua dulce y al salado se le hecha salmuera. Después le echamos la harina, un poquitito de grasa y la levadura. Después lo mojamos y lo amasamos. Cuando está hecho el bollo va a la asadera. Barremos el horno con ramas que saco del monte y lo ponemos. Todo lo vendo a 100 pesos. Antes era a 50 pero aumentó la harina”, cuenta el mayor de cinco hermanos, que por momentos asume responsabilidades de adulto. 

“Todos los días me levanto a las 6 de la mañana, de ahí me baño, me cambio y me voy a la escuela. Voy en moto, siempre me lleva mi mamá. Vuelvo al mediodía, después me pongo a hacer pan y lo salgo a vender. En el recorrido siempre nos dan algo de comida. Ayer nos dieron durazno, papas, uvas y lechuga”, dice sobre cómo es la rutina de sus días.

“Antes me iba solo a la escuela en bicicleta pero ahora se me rompió. Necesito una nueva. También me pidieron bajar una APP para aprender a pronunciar bien en inglés y no la podemos descargar en el teléfono de mi mamá. Me ayudaría mucho tener uno para mí, aunque sea usado”, dice Ramón casi con verguenza.

Lo más urgente es conseguir la comida para el día. Más temprano desayunaron una leche y algo de puchero que les donaron y sobró de la noche anterior. “Lo más difícil es cuando me piden algo para comer y a veces no les puedo dar”, confiesa su mamá, Yésica Rojas, que necesita una mesa más grande para poder amasar mejor.

Sus dos hermanos menores tienen problemas de bajo peso y si bien Yésica hace malabares para alimentarlos bien, hay noches en las que solo se van a dormir con un mate cocido. “Hay gente que me ayuda con mercadería y con la ropa de los chicos. Paso por la carnicería y me dan lo que sobra. A veces en la verdulería me juntan un poco de fruta y me dan para ellos”, agrega mientras le da la teta al más chico.

Todas las tardes, Yesi también se acerca a Cáritas para retirar la merienda para sus hijos. La semana pasada, le consiguieron unos joggings a Ramón que necesitaba para hacer educación física en la escuela. “Hay muchas mamás luchadoras y trabajadoras como Yesi. Nosotros estamos para apoyar a esas mamás. Ellos pueden hacer su casita, pueden vender un pan casero. Y la mayoría vas a ver que son mamás y lo que yo veo es la fortaleza que tienen para salir adelante”, dice Gladys Paiva, presidenta de la sede de Cáritas en Las Lomitas.

“Queremos hacer una pieza nueva para que los chicos no duerman todos amontonados”, dice Yesi. La otra prioridad es hacer un baño. “Baño tenemos el del hule negro pero estamos haciendo otro que nos falta construir pero no nos alcanzó la plata. Cuando llueve vamos tapados al baño para no mojarnos”, dice Ramón.

Como en la casa no hay espacio para jugar, Ramón y sus hermanos siempre están en la calle. Los cinco descalzos, a pesar del frío, y juegan con ramitas o con lo que encuentran. “Tienen unas zapatillas que les dieron en la escuela y no les dejo que las usen cuando llueve para que no las ensucien”, dice Yésica, que se las arregla como puede para mantener la casa limpia.

El acceso al agua también es un problema: tienen una perforación pero le están faltando unos caños para encamisar y que pueda subir bien el agua. Así que juntan la de lluvia o le piden al vecino con una manguera para cargar durante media hora. Para bañarse, tienen que juntar el agua en tachos en una carretilla y calentarla con leña.

Con respecto a su futuro, Ramón lo tiene claro: si bien lo que menos le gusta en la vida es pelear, cuando sea grande le gustaría ser militar o policía. Para Yesi, lo más importante es que sus hijos vayan a la escuela. “Quiero que ellos terminen lo que yo no pude y no tengan que andar vendiendo pan como yo”, dice con la voz quebrada.

En el patio de la casa se escucha de fondo el sonido de los pollitos que no paran de llamar la atención. Los gatos y los perros se mueven como dueños de casa y el chancho se tira en el piso a descansar. Brenda aprovecha para sacarle las garrapatas con la mano.

Por la tarde, Ramón busca su bolso y se dispone a hacer la tarea para la escuela. En la cartuchera tiene todos los útiles que necesita, saca las carpetas y muestra todo lo que hicieron hasta ahora. “Durante la pandemia la tarea la mandaban por el celular. Yo prefiero estar en la escuela porque ahí te lo explican bien a la tarea”, cuenta este adolescente que solo quiere aprender a leer: “Es importante aprender a leer porque así puedo resolver más rápido las cosas. Así cuando tengo algún exámen, eso me ayuda”, concluye. Fuente La Nación 

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